Son las 7 de la mañana de un día de diario de finales de agosto. Paseo por el barrio o más bien como me gusta decir, hago la ronda asegurándome que está todo en orden. Obviamente, no hago más que pasear, y mirar.
Mis pasos me llevan hacia la terraza de un bar donde se ve cierto movimiento, no está llena pero considerando la época del año y la que nos ha liado el protagonista del 2020, creo que es bastante la afluencia de gente que hay.
Unos metros delante de mí, un hombre acaba de dejar al lado de unos contenedores de basura un mueble viejo. Parece una cómoda, pero desde mi posición no la veo bien.
Enseguida un hombre mayor, quizá jubilado ya, y de cara seria da el último sorbo al café y se levanta de la terraza para acercarse a los contenedores. Anda tambaleándose de lado a lado, no es un caminar recto y erguido pero tiene un objetivo claro.
Llega al lado de la cómoda, ahora la veo bien, una cómoda bastante vieja de madera con 3 cajones y que cojea de un lado. Pone una mano encima de ella y la mueve suavemente, un gesto muy parecido al que hacemos algunos cuando tenemos un libro delante.
Mira la cómoda por los cuatro costados, abre y cierra los cajones y sigue pasando la mano por encima. Su expresión se va dulcificando a cada segundo.
Cuando llego a su altura, el hombre lo tiene claro. Va a dar una nueva vida al mueble que alguien ha abandonado. Eso me gusta y me paga el paseo; los muebles como las personas, podemos ser viejos y cojear en algún aspecto pero merecemos la pena, ¿no?