«Moraleja (cínica) para indicar la conducta que debe observarse al llegarle a uno la última hora»
Gustave Flaubert
Hoy me sorprendo de quién eres. Me sorprende tanto ver en qué te has convertido. Te quería preguntar qué ha pasado para que hayamos llegado a esta situación. No sé en qué punto de nuestra historia se empezó a torcer todo; probablemente no haya un único punto discreto, sino que será una línea continua. Pero no una línea recta como eran nuestros planes juntos sino una línea con muchas curvas y cambios de direcciones, o a lo mejor es una espiral que lleva a un sitio nada bueno.
Pero dónde empieza esta línea es otro misterio, lo que sí sabemos es que acaba hoy entre este mar de lágrimas, estos enfados eternos entre nosotros dos y sobre todo estos gritos que nuestras bocas expulsan sin control. Son gritos aterradores, ensordecedores. Nos reventarían los tímpanos si fuéramos otras personas, pero no lo somos, somos nosotros dos y tenemos tímpanos especiales que aguantan estos gritos. Los tuyos son grititos de niña desquiciada, los míos son de macho dominante. Mentira. No son así, ni los gritos ni los tímpanos; son comunes a tantas otras parejas que discuten. Porque discutir es bueno, recuerda cuando veíamos discutir a Silvia y Manuel, a Lara y Pablo o a la pareja aquella que perdió un metro delante nuestra y nos echábamos a reír, porque no sabían comportarse con la madurez y serenidad que atesorábamos nosotros.
Nos reíamos también porque eso jamás nos pasaría, nuestras discusiones eran sanas, tú eras tonta y yo un chulo, tú eras una loca y yo un violento. No nos dábamos cuenta de nuestra normalidad, ¿qué nos creíamos? ¿diferentes?
Diferentes a los demás seguro, pero también somos diferentes a lo que éramos cuando nos conocimos. Tú eras esa chica perfecta llegada desde un país exótico caribeño, tan llena de melosidad que cada sílaba de tu nombre era pura dulzura para mis oídos. Yo era otra perfección de persona, o eso me decías. Dos perfectos que se habían encontrado en la realidad de un mundo perfecto. Se me ponen los pelos de punta de pensar lo que éramos, y en lo que nos hemos convertido, en desechos.
Ojalá pudiera verte cara a cara, en lugar de escribirte esta carta en la maldita pensión que duermo cada noche, y así no tener que dejarla en el buzón perfecto de nuestra casa perfecta que compramos con tanto cariño y en la que construimos nuestra familia, perfecta también, por supuesto. Daría todo porque nos viéramos en la cafetería y nos sentáramos a hablar de nuestro proceso de transformación, desde el antes hasta el hoy; sólo con el objetivo de solucionar el mañana. Pero no va a poder ser, volverían los gritos, volvería la policía, volvería al calabozo, y volvería a intentar escribir tu nombre rasgando la pared de la celda con las uñas. Y eso es el ayer, no el mañana.
Quiero romper el círculo vicioso en que nos metimos solitos, tú y yo. Porque recuerda que nos metimos los dos en esto, que ni yo te forcé a ti ni tú a mí. Creo que esta vez he encontrado la forma de hacerlo, y no se me ha ocurrido otra cosa, otra idea loca de esas que me achacaste siempre, que compartirla contigo.
La forma es que asumamos lo que somos, la cita que encabeza esta carta me dio la pista y que está ahí simplemente para que abras la carta sin saber quien te la escribe, de otra forma probablemente ni la abrirías, por despecho. No nos hemos convertido en estas personas despreciables, sino que lo hemos sido siempre, pero cuando iban bien las cosas estábamos escondiendo nuestras miserias. Cuando pintaron bastos fue cuando nuestra perfección se hundió irremediablemente, nuestras caretas se cayeron y aparecimos nosotros en esencia. Nuestro error fue no saber quiénes éramos, nunca nos paramos a escucharnos, nunca nos vimos reflejados en el hundimiento de nuestros amigos, al igual que tampoco empatizamos con la pareja que discutía en el metro. Nos reíamos de todo, y ahora lloramos. Pagamos nuesta insolencia, nuestra ignorancia.
Parto de cero. Parto de un ser miserable que grita, que se enfada, que no escucha, que se ríe de la gente, que maltrata, que malcría, inútil en su trabajo, pero más inútil en sus relaciones sociales. Empiezo una nueva vida en la cual sólo espero cambiar a mejor, no es tan difícil cuando de tan bajo se empieza.
Si lo consigo, no volverás a saber nada más de mí. Si no lo consigo, ni se te ocurra pagar la fianza que pidan por mi libertad, ya lo hiciste una vez y fue otra vuelta al vicioso círculo que nos lleva a nuestra destrucción como pareja. Aprendamos de nuestros errores.
Me despido, deseando no verte más.